Hablar de una ética inscrita como un estilo de vida para nuestros tiempos, desde una mirada nietzscheana, es asumir el êthos de un espíritu guerrero, cuya característica es la fuerza, la vitalidad, el espíritu de cuerpo, de nobleza y de valentía. En el que el espíritu del guerrero en sus acciones depende de la voluntad, fuente de decisión y de aseguramiento de la existencia y de los estilos de vida. Es decir, evitar la negación de sí mismo y afirmar una voluntad fuerte en sí misma, cuyo supuesto es ella misma, guerrera de la existencia homérica, en la cual la vida se destaca por su estética, como la justifica Nietzsche en El nacimiento de la tragedia.
Obra llena de vida y fuerza, de sangre literaria y filosófica. Nietzsche eleva la vida a una experiencia estética, en la que cobra importancia y justificación, el sujeto se constituye en su propio artista, en su escultor, cuya materia prima es él mismo y sus herramientas de trabajo es la vida misma. En síntesis, volver la vida una estética de la existencia. Es pues que, la vida y el arte toman el lugar central en la ética nietzscheana.